Leer, leer y leer… ¡TIENES QUE LEER!

Leer, leer y leer… ¡TIENES QUE LEER! ¿Y para qué?

Para ser más inteligente.

Para sacar buenas calificaciones.

Para tener buenos puntajes en las pruebas.

Y… ¿leer para la vida?

¿Para ser mejores personas?

¿Para tener muchas cosas de qué conversar con otros?

¿Para tener la capacidad de ponerse en los zapatos del otro y ser más compasivos?

¿Para desarrollar y forjar un amplio y fortalecido universo estético, poético, sensible, espiritual y holístico por nuestro bienestar emocional o psíquico?

¿Para establecer relaciones más armónicas con el entorno, con nosotros mismos y con los otros?

¿Para saber que la lectura va más allá del código alfabético?

Poco hablamos de esto.

¿Nos dará temor?

¿Tendremos miedo a que, por ser más sensibles o piadosos perderemos la excelencia o el estatus académico? Tanto miedo nos da que, por lo general, ni siquiera incluimos la literatura dentro de las artes. Esa extraña separación se establece en la escuela e incluso se transmite desde la primera infancia.

“La letra con sangre entra” es el viejo refrán que, incluso sin estar de acuerdo con él, apoyamos de una u otra manera al imponer tantas obligaciones y argumentos fríos y rígidos sobre el porqué leer. Así, desde los primeros años la lectura y los libros se alejan de nuestras pasiones, de nuestra propia voz, de nuestra propia esencia, y nuestros gustos e intereses quedan postergados frente a los de las voces, más fuertes e imponentes “de los más grandes”. Y luego, esas mismas voces que suenan y resuenan en nuestros recuerdos, dicen: “Qué extraño, a mis hijos (o alumnos) no les gusta leer”.

Crecemos con esa obligación y discurso tácito en el ambiente: debemos leer o seremos un fracaso. Pero ¿en qué momento y por qué nos han quitado el derecho a acercarnos a los libros como una fuente de placer? Sería tan hermoso que desde pequeños la palabra cantada, hablada y escrita (en cualquier idioma o lengua) fuera parte de la vida cotidiana, que nuestros padres y maestros nos dijeran que la literatura está ahí, en cada rincón de la vida, como una forma más de sentirnos acompañados, contenidos y resguardados.

Que la literatura guarda los tesoros insondables de la cultura y las tradiciones y, a su vez, que nos provee de raíces, de sentido de pertenencia para querer cuidar el lugar donde vivimos, de donde venimos, y nos ayuda a salvaguardar el patrimonio material e inmaterial.

Que la literatura tiene alternativas para todos los gustos e intereses, y va desde los libros de información hasta la poesía o el teatro; desde la especificidad de algunas ciencias, hasta la emocionalidad de la ficción.

Que la literatura empieza por leer los rostros, gestos, olores y acciones de nuestros más cercanos desde que estamos en brazos, y son todas esas rondas, adivinanzas y juegos de palabras con que nos acunan, los primeros libros que se registran en nuestra memoria. Todas esas palabras son pequeños archivos cargados de recuerdos llenos de afecto, que dejan huella; momentos que quisiéramos repetir siempre a través de la vida.

Quién nos dice que en la literatura podemos encontrar mil y una maneras de resolver dilemas: desde los más banales o cotidianos hasta los más profundos; tener la sensación de poder ver a través de los ojos de otros y, asimismo, poder comprender y respetar al otro, incluso, afirmarse uno mismo.

Qué distinto sería si desde el vientre nos susurraran al oído ese secreto sobre el derecho a crecer acompañados y abrazados por cientos de voces que pueden tendernos una mano en la oscuridad, porque ellos mismos ya han vivido situaciones parecidas y han encontrado caminos creativos para escapar de los callejones sin salida.

Qué distinto sería crecer con la ilusión y la fe en que esas voces, convertidas en literatura, nos pueden proveer de alas para soñar y volar lejos; que son nuestras aliadas y se pueden convertir en nuestro talismán, en nuestro escape terapéutico para contenernos y hacernos sentir queridos y protegidos; maravillosas sensaciones de seguridad que, a su vez, nos dan vuelo de libertad en lugar de desalentadoras listas de obligaciones.

Claro, leer también puede despertarnos emociones de miedo, rabia o tristeza. No es que la lectura vaya a salvar el mundo. Pero sí puede mostrarnos diversas salidas, otras realidades para tener herramientas donde la inclusión, la pluralidad, el balance, la armonía, el respeto y la compasión primen. A través de la palabra, de la lectura, podemos acceder a la información y a la participación con el derecho pleno de estar de acuerdo o no. Sin embargo, es usual que, lejos de sentirnos queridos por la literatura, nos sintamos agredidos, violentados y rechacemos la lectura como una fuente de gusto, goce o satisfacción.

Sí, la literatura y las artes nos regalan la oportunidad de ponernos en los zapatos de otro, de otros, y completamos el círculo de la compasión, teniendo la certeza de:

Sentir compasión por otros.

Sentir que otros tienen compasión por nosotros.

Sentir la posibilidad de ser compasivos con nosotros mismos (que, aunque suene sencillo y obvio, puede ser la forma más difícil de compasión por esa eterna idea de poco merecimiento, de culpa o de estar en deuda con uno mismo).

Cada lectura, cada familia y cada rito de iniciación como lectores tiene un camino distinto. De nada sirven las técnicas, métodos u obligaciones escolares que pretenden hacernos lectores. No existen las fórmulas que nos obliguen a amar la lectura. Amar no corresponde a una carga, imposición o compromiso, es  una pasión que nace de manera autónoma, emancipada, franca e involuntaria, tal como lo vimos en el inicio con El Punto. Todos tenemos un camino y un despertar lector (o no).  Por fortuna, desde hace ya varios años, ante la inminente urgencia de cambiar de paradigmas sobre la lectura, las estrategias que proveen la animación a la lectura y la formación de lectores llegaron para brindar una visión más profunda, solidaria, afable y orgánica sobre esta relación. Estas nos demostraron cómo el amor por la lectura empieza desde la gestación, acogidos por nuestros cuidadores desde los primeros días, cuando la música de las palabras nos acaricia el alma y nos provee el afecto y la temperatura emocional que necesitamos para ser guiados por un mundo lleno de nuevos retos.

De esta manera, cada vez estamos más cerca de poder elegir qué leer, sobre qué temas, cuándo, cuánto, en qué lugar, en qué posición o a qué velocidad. Por supuesto, todos necesitamos guías y acompañantes que nos ayuden a transitar por estos caminos para encontrar acervos literarios a la medida de nuestros gustos, intereses, contextos y etapas de la vida. Incluso, y como uno de los mayores tesoros que podemos recibir, ahora tenemos la posibilidad de decidir si queremos leer o no. Lo más bello de este intríngulis es que, para decidir no leer, también se necesita un acercamiento íntimo al libro, a las voces de terceros que nos lean y nos muestren las bondades de la lectura. Por lo general, frases como “no me gusta leer” o “solo leo…”, expresan que cada uno lee a su manera, según sus gustos e intereses, y eso nos aleja del significado estricto de la lectura en el ámbito escolar.

Cuánta alegría saber que podemos elegir y que nuestra voz vale en las diferentes opciones que tomemos. En sistemas de pensamiento rígidos, tener esta alternativa no solo abre caminos; nos dice, además, que nuestra opinión y nuestros procesos personales también son valiosos y merecen ser explorados.

Pero, ¿por dónde empieza la magia lectora?

Corremos a diario de un lado para otro, en medio de los quehaceres cotidianos, y a medida que los niños crecen dejamos de entablar placenteras y divertidas charlas con ellos, dejamos de cantar, jugar o bailar como lo hacíamos en sus primeros años, y las órdenes e instrucciones se convierten en casi la única forma de relacionarnos. Nos conectamos a las pantallas y el mundo interior de cada uno se escabulle entre un universo infinito de mundos externos prestados, ruidosos, fugaces y vertiginosos, en donde el tiempo pasa a ser un clic y las decisiones “una influencia”. 

A su vez, nos preguntamos y debatimos en cómo propiciar espacios en donde la magia de los libros pueda cobrar vida en nuestro hogar, donde podamos estrechar vínculos afectivos y disfrutar de momentos placenteros de lectura en familia que despierten ese gusto por escuchar y ser escuchados. Hablamos sobre la “importancia” de la lectura y ni siquiera creemos en las palabras que decimos en voz alta. Queremos persuadir sin creer y sin sentir, con honestidad, aquello que profesamos como verdad.

No hay que hacer grandes esfuerzos. Con o sin libros a la mano, solo es cuestión de pensar en que las historias forman parte de la vida habitual y pueden ser relatadas y compartidas durante el desayuno, el descanso, en los momentos de diversión, en las situaciones más difíciles, a la hora de dormir, al despertar. Todo es cuestión de encontrar puntos de partida narrativos o recordar las tradiciones por medio de canciones, chistes, adivinanzas, trabalenguas, rondas… Tener la certeza de que en el día a día palpita ese impulso lector. Notar que los libros y las narraciones orales entran y salen del hogar sin discriminación alguna, como una lluvia constante de historias por compartir, ya es suficiente para despertar ese apetito.

La literatura es el reflejo del alma, es un “ojo de mosca” en donde se cuentan y recuentan las emociones y las diversas verdades de mil y una maneras distintas, a través un amplio abanico de posibilidades textuales u orales. Por eso, en una humanidad más cercana a la oralidad que al mundo escrito, hoy en día se habla de “las bibliotecas humanas”, además de las bibliotecas usuales.

Y… ¿cómo lograr que los libros habiten nuestros hogares?

Hay cientos de miles de caminos por descubrir. Sin embargo, dejo algunos consejos sencillos y prácticos, aunque, con seguridad, sus hijos tendrán muchas ideas extraordinarias más, ¡solo es cuestión de conversar con ellos y construir en conjunto un mundo acogido por las palabras y los libros!

  • ¿Qué tal relacionar los libros con las historias de infancia, con otras artes y con experiencias cotidianas? Cada vez que puedan, conversen sobre lo que han vivido en el día o narren historias o anécdotas de otros tiempos.
  • Vayan juntos a pasar ratos explorando en bibliotecas públicas o librerías. Asimismo, charlen sobre sus lecturas actuales, las que les hayan gustado y las que no, y comenten por qué.
  • Cuando llegue un libro a casa de la biblioteca escolar, de un paseo, de una tarde de compras o como un regalo cualquiera, lo mejor es disfrutarlo en familia, jugar alrededor de él, dialogar sobre lo que significa para cada uno y, sobre todo, saber que ese libro es para gozarlo y no hay nada de malo si no es del gusto de alguien. Así se forman los grandes lectores, ¡construyendo criterios de selección! Y así le otorgamos a los más pequeños el poder de elegir como un gran ejercicio democrático.
  • ¿Están los libros, los materiales y el mobiliario dispuestos de una manera en la que la lectura solitaria o en familia se pueda dar? Al observar su hogar, ¿se le ocurren ideas para transformar el espacio y que las historias habiten cada rincón de la manera más acogedora? Debajo de las cobijas, dentro de un armario, en hamacas, cojines, rincones insólitos creados en conjunto… ¡No hay límites!

Se trata, entre otras, de explorar una lectura entre líneas que vaya más allá del código alfabético. Leer con las emociones y con los cinco sentidos bien puestos. Descubrir el mundo literario a partir del goce, sin temor a las equivocaciones, abrazados por los seres que nos quieren, acogen y protegen.

Leer en casa o en el aula, en cualquier idioma o lengua, una excusa perfecta para…

  • Tener tiempo para abrazarse a través de las palabras, estableciendo fuertes vínculos afectivos. Esto propicia la creación de ambientes de respeto, confianza y seguridad.
  • Saber que en la literatura, como en las demás artes, nos podemos reconocer o conocer a otros desde distintas perspectivas, muchas veces como un ejercicio de catarsis, y sentir que no estamos ni estaremos solos.
  • Descubrir que el diálogo, el compartir historias y las lecturas acompañadas a viva voz, ayudan a construir nuevos lenguajes, nuevas realidades con relaciones más armónicas y poéticas.
  • Construir y nutrir el mundo interior, además de afianzar herramientas psíquicas y emocionales que nos acompañarán durante toda la vida.
  • Estimular la atención y la concentración.
  • Despertar los sentidos y la capacidad de exploración, indagación y creación.
  • Avivar el espíritu creador y la posibilidad de conexiones con diversas áreas del conocimiento.
  • Comprender que no existe una realidad o una respuesta ante un dilema como tal, hay cientos de maneras distintas de percibir la realidad, y así discernimos cómo en la diferencia descubrimos el encuentro.
  • Revelar que en la voz colectiva e individual reside nuestra libertad de ser, de pensar y de sentir.

Leer en casa significa explorar cómo las palabras ayudan a que la capacidad de expresión y de comunicación se fortalezcan. Los libros, y más cuando se acompañan de ritmos, melodías y voces, son muchas cosas: son objetos fáciles de manipular, son juegos, son viajes, son hermosas imágenes, son historias tanto nuestras como de otros. Los libros nos ofrecen posibilidades de comunicarnos, de acercarnos, de sentirnos resguardados y queridos. Nos abren las puertas al mundo de la compasión, sin sentir lástima por el otro, sin victimizarlo, simplemente para ayudar, sostener, cooperar, consolar al otro, a uno mismo o al entorno, con el ánimo de amar y ser amado, de escuchar y de ser escuchado.

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