¿Quién es el personaje principal?

De la ausencia y las historias detrás de las historias

La ausencia

La literatura, como las demás expresiones artísticas, se compone de historias, personajes, escenarios, atmósferas, ritmos, líneas de tiempo lineales o atemporales, entre otros componentes. Se construyen grandes relatos a partir de pequeñas partículas que, a su vez, hacen parte de mundos simbólicos dispuestos de una u otra manera para transformar realidades y así, poder nombrar lo ausente, lo imposible, lo anhelado, lo imaginario, lo quimérico.

Esas ausencias designan nuestros más profundos sentimientos y, a su vez, ordenan la psiquis, las relaciones con nosotros mismos y con el entorno. Esas ausencias nos ayudan a dejar sobre la mesa aquello que no somos capaces de poner en palabras o expresiones, aquello que nos da terror sentir o aceptar como parte de nuestro repertorio emocional. Ausencias que nos hablan sobre la soledad, así como del estar amparados, protegidos y contenidos, dándonos la oportunidad de saber que hay alguien al otro lado del mundo que pasa por lo mismo y que me acompañará hasta el final, hasta encontrar una solución o un nuevo reto.

A través del lenguaje y sus diversos códigos, se abren las puertas para que lo soñado se convierta no en una, sino en cientos de realidades y posibilidades distintas.

Más preguntas que respuestas

Pero ¿cómo se construyen estas ficciones? ¿Se trata de un proceso individual o de un diálogo (o un debate, en algunas ocasiones) invisible entre el creador y el lector o escucha? ¿En qué momento se suscita esta polifonía de percepciones? ¿Surge desde la misma gestación cuando la lengua materna nos abraza a través de las voces adultas y son los sentidos los que brindan esa facultad primitiva de leer el mundo de una manera holística, libre y sin etiquetas? ¿Inciden estas respuestas en el universo de los creadores, ya sean escritores, músicos, escultores, bailarines…?

Teniendo en cuenta que los maestros, promotores de lectura y padres de familia también son, de una u otra manera, creadores y artistas, con seguridad habrá muchas más preguntas y respuestas que surjan alrededor de estas reflexiones iniciales.

Me perdonarán por hacer una intervención con más preguntas que respuestas, pero como pedagoga, escritora, artista, promotora de lectura y hasta como madre, han sido estas consideraciones las que me han llevado a un interrogante central: Cómo, cuándo y para qué llegamos a esa rígida, reiterada y sin sentido pregunta, ¿Quién es el personaje principal de la historia?

Por supuesto, a primera vista este interrogante pareciera ser un discurso retórico, propio de las lecturas obligatorias del mundo escolar formal; sin duda, una pregunta facilista. Asimismo, podría parecer un tema fuera de lugar en un evento que abarca las rutas de creación para los más pequeños. Pero, es justo en este espacio donde quisiera rescatar el tema pues, a veces, pareciera que el camino que conlleva a esta pregunta se gesta en el material que entregamos a los más pequeños: canciones para aprender ‘x’ o ‘y’, historias que hablen de tal o cual, juegos para…, obras de teatro que rescaten… 

Nos preguntamos entonces si esto es lo que realmente buscamos como creadores de arte.

Emerge entonces una tierra fértil y abundante para ingeniar material artístico de la más alta calidad y así contribuir con la formación integral de los niños. Esculturas, exposiciones, ilustraciones, libros, títeres, danzas, entre otros, donde niños y niñas necesiten tener sus cinco sentidos bien puestos para encontrar las historias detrás de las historias con análisis, criterio y reflexión. A su vez, esto resulta ser una gran oportunidad para cambiar las reglas de juego establecidas por los adultos y darles a las voces infantiles el chance de ser escuchados, valorados y reconocidos.

Nuestro indómito afán por usar el arte de manera utilitarista o estereotipada solo lleva a callejones sin salida, donde la libre interpretación, los criterios de selección, la mirada crítica o la posibilidad de sentir por sentir queda reemplazado por la necesidad y obligación de ‘aprender’. Desde pequeños nos vemos obligados a complacer, obedecer, contestar lo que ese ‘grande’ quiere escuchar, mientras ese otro repite: ‘no te copies’ ‘es hora de jugar’ ‘no más pantallas’ ‘tienes que leer’ ‘eso es bueno para…’ ‘eso es malo para…’.

¡Pero cuánta contradicción para ser capoteada desde tan temprana edad! ¡Y cuántos laberintos a los que nos enfrentamos los creadores que creemos en el arte para la transformación personal y social! Por fortuna, el arte es más poderoso que las cadenas que lo encierran y las metáforas que viajan por los senderos de la imaginación, tal como lo propone Georges Jean, ofrecen diversidad, complejidad, perspectivas y multiplicidad de mundos simbólicos, siendo estos atributos la tabla de salvación.

En mi opinión y después de pasar tantos años danzando por diferentes escenarios y encuentros con bebés, niños y jóvenes, maestros, familias y artistas, en bibliotecas, salones de clase, librerías, editoriales, teatros, cuerpos de baile…, el tema se convierte en un punto neurálgico de reflexiones acerca de las historias que existen detrás de las historias, en aquellas capas lectoras que van más allá de lo que el artista entrega, de lo que podemos percibir a primera vista. Lo que solemos llamar como la capacidad de leer entre líneas.

Son estos subtextos que nacen al combinar imágenes con textos, vestuario con luces o sonidos, palabras con gestos o movimientos, melodías con instrumentos o ritmos, diseños editoriales con paletas de colores, posturas corporales con el espacio, entre muchas otras combinaciones y asociaciones de códigos simbólicos, las que brindan la oportunidad de formar buenos lectores y escuchas, atentos, concentrados, analíticos, críticos, con la fortaleza y sensibilidad para enfrentarse a diversas voces narrativas al mismo tiempo, despertando, a su vez, el deseo por contar su propio relato.

Así mismo, se revela la diferencia entre aquellas cartillas de enseñanza, libros de licencias o productos artísticos de consumo masivo (canciones, juguetes, videos, obras de teatro, etc.), donde la estética estandarizada para un mundo globalizado deja a un lado la posibilidad de encontrar múltiples significados y disipa esa polifonía de voces entre artista y receptor sugerida en los primeros párrafos, entregando solo contenidos efímeros, banales e inmediatistas. La emoción de los más pequeños recae entonces en el ‘querer tener’, más no en el deseo de apropiación y construcción, de creación y de diálogo.

Por ejemplo, vemos cómo esos libros comprados en las estanterías de los supermercados, subproductos de las películas, redes sociales o series de momento, son los primeros que se regalan cuando una biblioteca es organizada, mientras nuestro repertorio sensible, ese que nos trae los mejores recuerdos de infancia, se atesoran por el resto de la vida como un talismán que nos devuelve la sonrisa, la paz y el placer de sentirse querido.

Se revelan los procesos de comprensión de lectura con un significado vasto y plural, donde los cincos sentidos están al servicio de recopilar y absorber repertorio visual, sonoro, táctil, gustativo, entre otros, para crear universos íntimos, más allá de lo que se percibe a primera vista.

¿Un camino más largo y complejo? Por supuesto. Es aquí cuando los mediadores necesitamos fortaleza y confianza en las entregas poéticas, en una apuesta que revele estéticas más allá de lo efímero y perecedero. Aquello que nos moviliza, que nos sacude, que nos cuestiona, que nos traza caminos diferentes, eso, solo eso, es lo que perdura en el tiempo y nos hace únicos, libres y autónomos.

Nada a cambio, por favor

Recuerdo bien aquellos exámenes y lecturas de colegio. Todos llegaban con sus libros leídos y releídos, con cada pasaje memorizado. Todos, menos yo. Yo escuchaba los relatos en los corredores y según lo que intuía al haber sido acunada y abrazada entre arrullos, canciones, adivinanzas, danzas, poesías, puestas en escena, juegos tradicionales con introducción, nudo y desenlace, con personajes, humor, ritmo, suspenso, misterio, sabía que las estructuras narrativas ya vivían en mí desde los primeros años, y con seguridad podía contestar los cuestionarios.

Por supuesto pude, y lo hice muy bien. Sin embargo, cuando intentaba hacer la tarea como mis otros compañeros, leyendo con juicio y memorizando cada escena, cuando intentaba contestar lo que mis maestros querían escuchar para controlar mis procesos o aprendizajes, quedaba bloqueada, no podía recordar una sola imagen o personaje, y por supuesto, mis calificaciones eran terribles.

Desde pequeña, había desarrollado una gran habilidad por armar rompecabezas literarios al tener un gran repertorio interiorizado: estructuras narrativas, finales felices e infelices, paisajes sonoros, personajes de todas las clases y estilos… Incluso, con el tiempo desarrollé habilidades valiosas para poder leerme a mí misma y leer al otro; cualidades que atesoro pues me dan herramientas poderosas en mi quehacer como artista y maestra. Las historias siempre fueron y han sido parte de la familia, seamos o no escritores; es una manera de querer vivir la vida para leerla, interpretarla y contarla.

Para mi gran sorpresa, al llegar a la universidad y estudiar literatura, encontré el mismo panorama. ‘¿Cuántas veces descendió Odiseo al Hades?’, fue el primer examen con el que me topé. Pensé que ya me había liberado de ese suplicio, pero no. Para completar, este juicio fue un examen oral con más de un jurado juzgando mis respuestas. Sentía vértigo al no saber qué responder.

La verdad es que hubiera preferido sentarme a charlar un rato sobre lo que el Hades significaba para mí y cómo mi contexto familiar había influido en esta lectura. A cambio, tuve un gran CERO de bienvenida. Tuve mi propio viaje al Hades literario. Por supuesto, al poco tiempo, renuncié a la carrera. Yo quería vivir la literatura y contagiar a otros con mi pasión, no saberla de memoria. Y así lo he hecho desde entonces. Soy estudiosa y más de lo esperado, una cosa no le quita a la otra, pero procuro que el aprendizaje no irrumpa mis procesos creativos. Por el contrario, velo porque los nutra y me lleve a otros reinos inesperados e indómitos, y entre más retadores y más peligrosos sean, ¡mejor!

Nunca olvidaré esa pregunta y cómo el Hades se tornó, muy a mi pesar, en una pesadilla para mí. Para ese momento ya había leído un par de veces La Odisea, además de estar asistiendo a un curso sobre literatura griega y sobre la Biblia, (no por ser religiosa, solo por descubrir las historias detrás de la historia). Por otra parte, leía muchos otros libros, para comprender esos vastos universos y sus alcances sociológicos, culturales, políticos y hasta terapéuticos.

Leía apasionadamente sin reglas o preocupaciones. Desde pequeña escuchaba a mi padre, Leopoldo, hablar sobre Grecia y todos sus hallazgos arqueológicos, los personajes que habitaban esas tierras, la filosofía en la que creían, entre muchos otros elementos. No solo estudié así la mitología griega. También me acerqué a lecturas exigentes como las novelas de Nikos Kazantzakis. Jamás pensé que una cosa me llevaría a la otra, solo me dejé tentar por las preguntas que iban surgiendo en el camino y por el placer que me daba cada laberinto en el que me metía.

Parte de mí creía fielmente que conocía Grecia, que había ido ciento un veces, que podía probar sus sabores, sus olores, sus sonidos. Sabía cómo se vestían, qué comían y como era un día cualquiera en la vida isleña. Aún hoy en día no he llegado a tan bellas tierras, pero ya me he adentrado en sus paisajes por diferentes momentos históricos y aun sigo creyendo en que he vivido allí.

Por fortuna, esas preguntas nunca lapidaron mi curiosidad ni mi pasión por las historias leídas o narradas. Por el contrario, me impulsaron a creer en el mundo de las posibilidades. Esas respuestas esperadas que nunca pude dar fueron las que me llevaron a nombrar lo ausente, los silencios, lo innombrable, aquello que no estaba escrito o dicho, la historia detrás de la historia o la historia que aún no ha sido contada.

Por su puesto (y por fortuna) me di cuenta de que no se trataba de una fórmula mnemotécnica, tal como lo sugería una y otra vez la academia: ‘¿Quién es el personaje principal de la historia?’. Más bien, se trataba de un trabajo meticuloso de escudriñar, hilar, explorar, jugar, desentrañar e ir más allá, para no dar nada por sentado y así dar riendas sueltas a la imaginación, dejándose llevar sin querer controlar el timón del barco.

Como creadora y pedagoga, creo y confío en que todo el material que construyo por necesidad goce y placer, tiene el suficiente contenido didáctico y formativo para establecer relaciones de conocimiento, para crear conexiones y sinapsis o para que la motricidad fina o gruesa se fortalezca, entre muchos otros conceptos pedagógicos; para que cada niña o niño, sin importar la edad, condición o interés, logre discriminar si le gusta o no, si se conecta o no, si se emociona o no, sin esperar nada a cambio.

Entre más repertorio abundante, múltiple y diverso de calidad le entreguemos a los niños, entre más propuestas surjan del panorama artístico, institucional, familiar, preescolar y escolar, entre el mundo de las niñas y niños sean más amplios y nutridos por estas mismas voces, más oportunidades tendremos de crear y de cocrear en conjunto, así como de reparar y transformar.

No quiero enseñar, adoctrinar, ni dar lecciones. Quiero escuchar, compartir y viajar de la mano de compañeros de cantos y cuentos entre emociones y vivencias, así estén cerca de mí o no los conozca; igual, siempre seremos grandes amigos y cómplices de aventuras y batallas. Prefiero confiar y tener fe en que el contenido que entrego es un baúl lleno de monedas de oro que dará los mejores frutos a largo plazo, cuando aquel bebé, niña o niño ya no recuerden mi nombre o mi cara, pero que con seguridad le estarán contando a las nuevas generaciones sobre esas canciones, cuentos, danzas, juegos, propios de su preciada infancia.

Esa es la magia y el poder del arte: establecer una relación sincera, pura, sin pretender conseguir nada a cambio. Ese es al poder real de una pedagogía y un arte libre de terquedades adultas: establecer diálogos y redes, conversaciones y debates, amores y desamores, dándole el chance a grandes, chiquitos y medianos de decir quién y porqué es su personaje principal (personaje que, a lo mejor, cambiará en una segunda lectura o reflexión).

María del Sol Peralta

Octubre de 2022

Primera Bienal de Artes – Nidos / IDARTES