Una biblioteca sin libros o los hilos invisibles de una pasión

Contexto

Nunca he sabido muy bien cuál es mi oficio o profesión: artista, escritora o maestra. Eso sí, siempre he tenido claro que, sea lo que sea, quiero contar historias y hablar sobre libros y escritores con grandes, chiquitos y medianos. 

Hace más de dos años tuve la fortuna de llegar a una biblioteca de un colegio privado, un mundo al que no pertenecía desde hace ya más de diez años. Llevaba años viajando por las bibliotecas públicas y escolares del país, en donde el panorama puede ser tan alentador como amargo (emoción que, infortunadamente, predomina en este país). 

Llegué a un espacio lleno de libros, con un equipo amable y un bibliotecario apasionado por su labor (ahora, mi gran amigo, Daniel Vergel). Durante meses, yo poco hablaba o ‘hacía’ (dicen por ahí que, ‘las apariencias engañan’). Me sentaba en una mesa a tomar notas. Estudiaba y escribía sobre el comportamiento de los niños y la comunidad frente a la biblioteca. Observaba y tomaba fotos del entorno, para poder apreciar el mundo estético que envolvía el lugar: inmobiliario, paredes, cojines, tapetes, colores, ventanas… Poco a poco, y con gran controversia, empecé a sacar estanterías y reacomodar libros y muebles. Charla tras charla, Daniel y yo fuimos trazando objetivos y planes. Unificamos visiones y empezó un trabajo sistemático, es decir, creamos un equipo, en donde la voz de cada uno, desde su quehacer técnico o administrativo, era válida. 

Pasito a pasito, todo empezó a transformarse. Recuerdo muy bien un punto de quiebre en el proceso. Invité a Daniel a salir y ver la biblioteca desde otra perspectiva, como un invitado más. Nos paramos enfrente de la puerta por donde entran niños y profesores, y le pregunté: ¿Tú quisieras venir a esta biblioteca? ¿Te parece una ‘casa’ bonita a la que quisieras volver una y otra vez? ¿Cómo quisiera transformarla? Ese día y con esas preguntas, nuestra labor y nuestro sentir como colegas dio un giro tan mágico como las palabras que a todos nos convocan a diario, Había una vez…  

Sin embargo, yo era asesora e iba solo dos veces a la semana, lo cual no me dejaba entablar relaciones profundas con los niños o maestros. Entre viaje y viaje, cada vez que regresaba al colegio, las dudas sobre las diferencias sociales, económicas y culturales propias de nuestro país, me inquietaban (sin decir cuánto me mortificaban). 

Con esto en mente, no sabía muy bien cómo acercarme o de qué hablarles a los niños, pues sentía que eran de un mundo diferente, en donde ‘todo’ lo tenían y poco tenía para ofrecerles. Veía a Daniel desenvolverse con tanta frescura y sapiencia en la biblioteca, y anhelaba el día en que llegara a sentirme así. Muchos me conocían por mis libros o conciertos. Yo no quería ser ‘esa María del Sol’ para ellos. Yo quería ser esa señora divertida que contaba historias sin esperar nada a cambio, aparte de querer escuchar nuevas historias.

No hay mal que por bien no venga y la pandemia resolvió todas mis dudas personales y profesionales. Dejé de ser ‘asesora’ para convertirme en bibliotecaria y promotora de lectura, tomando a los grupos de primero y segundo de primaria. 

Para este punto, tomo un momento para resaltar con admiración esa bella oportunidad que el colegio ofrece a los niños, incluyendo una ‘clase de biblioteca’ en sus horarios habituales semanales. Sí, la ‘clase de biblioteca’ es tan importante como cualquier otra, con el plus de dejarla libre de tareas o calificaciones. Incluso, tampoco está atada al plan lector escolar. Es decir, podemos apoyar todos los procesos escolares formales, desde la informalidad y profundidad que atañe acercarse al goce de la lectura. Cuento a menudo cómo le dejo a los niños actividades por hacer, prohibiéndoles de manera tajante que las hagan. Por supuesto y para hacer honores a aquel viejo refrán, llegan a mí videos, dibujos, bellas palabras y hasta sorpresivos montajes hechos en casa, en familia.

Así, las respuestas se han ido dando solas, de manera natural y sin esfuerzo. Aprendí entonces que, los primeros en crear fronteras sociales y culturales en nuestras relaciones pedagógicas, somos nosotros mismos, los adultos. Los niños, sin importar su procedencia o condición, necesitan el mismo afecto, las mismas historias, los mismos retos personales, los mismos chistes, y en especial, la misma palabra que los acoje, resguarda, los habita y los hace vibrar.

El caos que trae la calma

Todos piden la palabra al mismo tiempo. Las manos estiradas parecieran llegar a la luna, pidiendo ser escuchados, pues cada niño tiene ´la mejor historia´ por contar. Todos quieren escuchar y ser escuchados. Sacan libros, fotografías de sus viajes, álbumes de recuerdos, objetos especiales, juguetes y hasta sus almohadas y cobijas favoritas. Algunos pintan, cantan o tocan instrumentos mientras transcurre la clase de biblioteca. ‘Yo pongo atención, no te preocupes’, dicen los niños. Yo confío y así sucede. La misma interacción grupal hace que todos estemos atentos, de principio a fin. Cómo dudar de ellos cuando sus ojos, su alegría, su puntualidad, su expresión corporal, el tono de sus voces y ese impulso vital por participar, lo dicen todo.

¿Qué vamos a construir hoy? ¿Es día de fiesta? ¿Puedo leer una historia? Se oye una y otra vez. Los niños saben que los micrófonos están abiertos y que espero que todos participen, incluso, sin necesidad de darles la palabra. Pensarán que esto es caótico y anárquico. Y sí, los primeros meses de pandemia, en donde todo era novedad, así lo era. Ahora, pocas veces llegamos al caos. Ellos mismos logran auto regularse y darse la palabra el uno al otro, pues comprenden el valor de tener tan solo unos segundos para ser escuchados. Con respeto dicen: ‘Tengo una opinión o comentario sobre esta historia…’. Es decir, construimos códigos de respeto, afecto, admiración, solidaridad, entre muchos otros elementos que nos hacen más humanos y sensibles.

Acá hago una breve pausa, y pienso que esto que estoy contando debe ser la misma historia de muchos profesores o bibliotecarios que, con su pasión y bagaje, han hecho un trabajo titánico, extraordinario e insuperable, en estos convulsos tiempos. ¡Cuánto no he aprendido yo de ellos en este proceso!

Escuchar y ser escuchados

Los niños tienen sed de ser escuchados desde sus verdades, haciendo valer sus voces, sus gustos e intereses. ¡Tantas historias por contar en tan poco tiempo! ‘Por favor dile a Adriana Casas (directora de primaria a quien mencionan con nombre y apellido) que necesitamos más horas de biblioteca’, me dijo un día un niño. Nos puede dar risa o ternura. Pero, para él, era y sigue siendo un tema delicado, una petición muy seria que aún no logra resolver. 

En nuestros encuentros, no hay tiempo de repetir historias. Estamos en una carrera contra reloj para llegar a tomar té en una fiesta de no cumpleaños, al estilo de Alicia en el país de las maravillas (palabras textuales de una alumna de segundo de primaria). Tampoco hay cabida para quejas o reclamos. Sin embargo, si han de narrar una historia triste, en donde la muerte está presente, los niños lo cuentan sin ningún miramiento o reserva. Con su aguda astucia e implacable sentido común, nos dejan ver cómo la muerte hace parte de la vida y la vida misma lleva a la implacable muerte. Así no más, sin rodeos. Su mirada sin filtros son lecciones de vida para mí.

Por eso, una y otra vez, hablamos sobre historias que cuentan sobre ‘el otro lado’. Las posibilidades que ofrece vivir simbólicamente en otro mundo, en otra realidad, en ‘el reino del revés’. Todos juntos, desde la diferencia y el respeto, construimos imaginarios y mundos renovados y transformados. ‘No me vayan a contestar cosas obvias, niños, por favor’, suelo decir entre risas y chanzas. Ellos saben leer entre líneas y saben bien a qué me refiero con esto. También saben que, algunas de las pocas reglas de esta clase, son creer y crear, además de ir más allá de lo obvio, de lo que tenemos en frente, como primera respuesta. ‘Me gusta esta clase porque nos tratas como grandes’, dicen algunos. Esto es bello porque, ante la premura de tiempo, suelo leerles cuentos cortos que, aparentemente, son para más pequeños pero que, gracias a las preguntas y diálogos que establecemos, logramos ver en conjunto la profundidad de estos mismos. Es así como se abren ventanas poéticas que nos hacen viajar, además de hacer conexiones inesperadas con el mundo de la ciencia, el arte, la política, los problemas matemáticos, o hasta la moda. Todos los gustos e intereses son bienvenidos. 

A su vez, sus historias se alimentan no solo de su entorno o de sus cercanos, también se alimentan de sus libros favoritos. Aquellos que les generan preguntas, inquietudes, dudas, sonrisas, lágrimas, miedos o ganas de explorar por aquí y por allá. Cada uno tiene su estilo y su propia voz. Nuestra biblioteca se llama ‘La casa de todos’ y así lo hacemos sentir. Los lectores más hambrientos, aquellos a los que la lectura no los atrapa, libros maravillosos y libros sin calidad editorial o literaria alguna, todos son bienvenidos, a sabiendas de que es la pasión, el placer, la tentación lo que debe golpear las puertas del alma lectora de cada uno. 

Acá hay cabida para todos, incluso para el aburrimiento, la tristeza y la desazón. Para aquellos que tienen libros en casa o los que no, pues exploramos cómo las historias viven en todos los rincones. En conjunto descubrimos qué nos gusta y qué no, logrando unos criterios de selección personales y marcados. Cuando hay señalamientos o palabras que juzgan, los mismos niños se corrigen y abren el espacio para que todas las ideas y gustos sean valorados, más no juzgados. 

En este proceso, he visto cómo los niños han asimilado que leer es ir mucho más allá del código alfabético, cómo empezamos por leernos a nosotros, al entorno y a mis más cercanos, para ser lectores críticos, reflexivos, analíticos y flexibles, con criterios de selección. Saben bien que, para leer, debemos mantener los cinco sentidos bien puestos y palabras e historias, pueden cambiar de significados según lo que olemos, lo que vemos, lo que palpamos, lo que escuchamos, cómo nos movemos, la voz que usemos o como se mueva el cuerpo. Bien saben que, la palabra, logra una cohesión entre emociones y cuerpo, dejando que esta misma habite en nosotros. Y así, hasta el más apático o el más calladito, siempre querrá levantar la mano y participar. 

Al escucharlos, puede uno percibir quiénes son mejores lectores que otros, por medio del lenguaje que utilizan, cómo hilan las secuencias de escenas, conservando las estructuras narrativas de manera orgánica, ya interiorizada. Por el otro lado, otros solo logran narrar anécdotas inmediatistas, en pocas palabras, de manera desordenada y desprolija, sin estructura narrativa alguna. El remedio para estos casos, es sencillo: entregar más y más poesías, historias, canciones, además de darles la palabra de manera constante y sonante, para que los lenguajes simbólicos más sutiles puedan ser interiorizados por ellos.  

Frases como: ‘El nudo de la historia es mi favorita porque es más ‘aventurosa’, aunque la introducción también me gusta mucho’, nos hacen vibrar como maestros y promotores de lectura. Estos lectores voraces, logran ir más allá de un lenguaje descriptivo que narra anécdotas o que cuentan escenas escuetas, sin argumentos y sin un objetivo claro, como aquel de cautivar los oídos del otro. Sí, estos pequeños lectores que ya han sido atrapados por el universo literario, saben muy bien que el sonido del lenguaje y sus narraciones, tienen una intención emocional y afectiva que prevalece a cualquier otro elemento racional como aprender (en su sentido tradicional), tener más lenguaje, ser más inteligentes, etcétera, etcétera… 

Los niños se convierten, entonces, en los mejores promotores de lectura. Ellos saben, con certeza, que lo que un autor o contador de historias busca, es seducir, envolver, enamorar, al otro sin dejarlo soltar por un segundo. ¿Cuánta pasión no se circunscribe en este proceso? ¿Cuántas relaciones cognitivas, psíquicas, sociales y emocionales no se multiplican? ¿Cuántos momentos de sinapsis, lecturas, análisis, inferencias y solución de problemas, no hay en todo esto? 

Por supuesto, estos asiduos seguidores de la biblioteca perciben las fronteras invisibles que existen en una biblioteca en donde un libro, una historia, un poema, un libro informativo, son una simple excusa para ir más allá y crear. ¿Crear qué? Cualquier cosa, desde un cohete espacial, una carta de amor, hasta restablecer una relación con el otro o con ellos mismos. Se puede tratar de un espacio físico o un espacio virtual, sin condiciones o etiquetas en donde todos caben por igual. Y son estas mismas relaciones las que nos llevan a pensar cómo seguir prendiendo la llama por la pasión de aquellos libros están tan lejos. 

El peso de mantener viva una biblioteca ‘sin libros’

Una vez más, menciono a Daniel pues, sin él, este proceso no sería lo mismo. Un día, al inicio de la pandemia, me llamó muy afectado: ¿Cómo mantener el interés de los niños por la lectura? ¿Cómo formar lectores sin libros? ¿Cómo seguir generando la idea de la biblioteca como un centro cultural, ese lugar de encuentro que, aunque apoye a los procesos pedagógicos de aula, tiene la intención de crear lectores en clave de promoción de lectura? Yo tenía las mismas dudas, sin embargo, tenía una única certeza: la palabra es nuestra tabla de salvación. Así, nuestra tarea era y sigue siendo ‘sencilla’: mantener las historias vivas en las almas de cada uno. Los libros, más pronto que tarde, volverían a circular. 

Pero, ¿cómo lograrlo? ¡De mil y un maneras distintas! Desde las cosas más obvias, hasta las sutilezas más camufladas. 

Para empezar, si la clase mantiene una introducción, un nudo y un desenlace, ya vamos por el mejor de los caminos. Los niños se sienten seguros, además de tener la certeza de que la clase por sí sola es una historia más para contar. 

Claro, pasé meses para lograr llegar a un pensamiento tan básico. Mis primeros planeadores (y acá paro para rogarles a todos que llevemos un diario de trabajo pues esta será la memoria colectiva de un momento histórico; gran legado para unas futuras bases educativas con perspectivas y sentires más acordes con las realidades actuales), eran llenas de actividades, en los que se notaba un gran esfuerzo. ¿Esfuerzo por…?, se preguntarán. Y respondo con un simple ‘ESFUERZO’ en mayúsculas.  

Pero, esos 40 minutos de encuentro fueron quedando impregnados en mi piel y entre los niños y los planes, todo se fue simplificando de manera natural y espontánea. Pude comprender, con el paso del tiempo, que solo necesitaba una idea sencilla pero potente, que se desarrollara en estos tres momentos propuestos, introducción-nudo-desenlace. A su vez, estas debían estar cohesionadas a través de un hilo conductor invisible, que para todos representara un proceso global. Pude darme cuenta, entonces, que mis herramientas de maestra se fusionaban con mi labor como bibliotecaria, para combinar los dos mundos, y lograr entablar una hermosa relación de aprendizaje y goce, con los niños.

Los invitados

Se preguntarán ustedes, para este momento, sobre el rol del resto de la comunidad educativa y de las familias. Somos un eco-sistema y una cosa afecta la otra, por supuesto. Esto es lo más bello de los procesos pedagógicos, la interdependencia que se establece por necesidad o por elección.

La relación de afecto entre niños y biblioteca, por fortuna, ha permeado sus aulas y sus hogares y así, muchas voces se han ido sumando. Grandes virtudes de la virtualidad pues casa y colegios se han aunado, y hermanitos, tíos, abuelas, nanas, amigos, mascotas, peluches y hasta las mismas bibliotecas personales, también se han involucrado en las sesiones. Repito, esta es ‘la casa de todos’. Confieso que el corazón me palpita, cada vez que, al estar leyendo un libro, un invitado de estos aparece tímidamente en la pantalla para escuchar. A veces, son los mismos niños que, emocionados, van corriendo a llamar a ‘su invitado’ en medio de la lectura. 

Por supuesto, cuando un maestro aparece en el panorama, necesita un apoyo o un consejo, el corazón me palpita aún más fuerte. Trabajar en equipo es lo que buscamos por sobre todo en la biblioteca, así que estamos dispuestos a apoyar los procesos del aula. 

Así, entre todos hacemos una gran fiesta semanal en torno a los libros, y con esta convocatoria abierta de participación y convivencia, esa biblioteca vibra en frecuencias nunca antes sospechadas. Sin paredes, claro, pero con el ensueño y la imaginación al volante. 

¿Una clase de qué…?

Empiezan entonces preguntas como: ¿Esto es una clase de arte, música o español? ¿Esta no era clase de biblioteca? Confusiones que generan reflexiones potentes sobre la vida misma. Reflexiones que nos dan la sensación, como los mejores libros, de no poder palpar la frontera entre la realidad y la ficción, como un inspirado viaje onírico. 

Durante años de docencia me gustaba dejar muchas ideas, reflexiones e ideas sin atar, con el fin de que cada uno llegara por su propio camino al fin, o al principio de donde debía llegar, de manera libre y espontánea, siempre acompañado de una voz adulta. 

Sin embargo, ahora elijo el momento y las situaciones para que esto suceda o no. He aprendido que atar cabos más de lo usual, puede ser otro punto de partida válido para generar los mismos impulsos de aprendizaje autónomo. He descubierto gran placer en llevar mis preguntas como pedagoga y bibliotecaria a la mesa de trabajo con los mismos niños: ¿Para qué leemos con los cinco sentidos? ¿Cómo lo hacemos y cómo se entrecruzan todas las áreas de aprendizaje? ¿Cómo convivimos en un mundo integral, holístico y ellos hacen parte esencial de este mundo sistémico? Les sorprenderán estas preguntas, pero se sorprenderán aun más, con algunas de sus respuestas: ¨Sabes, con estas clases me he preguntado cuándo y porqué nacieron las historias…¨

Ahora, me gusta que sepan abiertamente cuál es el sentido de pasar horas enteras contando historias. Me gusta observar cómo logran compartir un discurso, un chiste, una adivinanza, una opinión, en estructuras narrativas claras. Introducción, nudo y desenlace, repito por tercera vez, es lo que vivimos a diario y es lo que nos enseñan desde una obertura musical, hasta el planteamiento de un complejo problema matemático. ¿Cómo no querer seguir apoyando estos procesos? 

¿Qué y cómo elegir las lecturas?

Son los mismos niños que van dando la pauta. Sin embargo, hay algunos elementos que también nos dan pistas claras sobre el asunto. Ya mencioné un elemento esencial y es el ritmo de la sesión, así como el ritmo mismo de las historias. Todo avanza con rapidez, así que esto me da señales sobre qué elegir. La suma de varios ritmos que debe convivir en armonía. Lecturas de calidad, ágiles y robustas que queden en suspenso o no, y que abran nuevas puertas, nuevas lecturas, nuevas conjeturas. 

El cuidado de la voz es otro factor esencial. Pienso en aquellos días en que puedo llegar a leer tres capítulos de un mismo libro, a cinco grupos diferentes. Esto representa un desgaste importante que no puedo dejar de lado, sobre todo, si la voz es mi herramienta esencial de trabajo. Debo entonces saber que necesito momentos de silencio, en donde los niños tomen la palabra o se presenten videos, bailemos, pintemos, o la voz sea reemplazada por otra actividad, sin perder el hilo conductor de la sesión. Es decir, todo lo que elijamos como material complementario, debe tener un sentido estético y narrativo congruente con la lectura.

Por otra parte, como experta en literatura infantil, asumo algunos parámetros de calidad para entregar un material u otro. Con seguridad, algunos padres se quejarán por un tema o el otro, por una elección u otra. Lo importante es saber cómo y porqué lo hacemos, es decir, no dejar ‘puntada sin dedal’, a sabiendas de que la calidad es nuestra guía. 

Sin embargo, las mismas familias (y sí, es así de amplio porque muchas veces son los invitados quienes hablan) muestran qué les gusta leer y sus porqués. Incluso, es bello escuchar cuando un padre de familia dice que no le gusta leer, pues les muestra a los niños que no querer leer no es ningún sacrilegio, es una opción válida y no tiene porqué generar vergüenzas o juicios peyorativos. Como dice Pennac, tenemos el derecho a no querer leer. Por otra parte, esta aceptación, lleva a procesos más profundos, donde los mismos niños llevan a los adultos a descubrir el placer de la lectura, y sin saber cómo ni porqué, son llevados de la mano de sus hijos, a explorar entre librerías y bibliotecas… 

También elegimos los libros de manera grupal. De vez en cuando, pido a los niños llevar sus libros favoritos a clase y contar porqué todos deberíamos leer tal o tal título. Muchos argumentos vienen y van, con esos criterios de selección ya tan afianzados. Hablan con naturalidad de las novelas, libros informativos, de los antagonistas… Conceptos que siempre han estado presentes, pero que nunca han sido evaluados u obligados a ser memorizados por cuenta de ellos. También mencionan autores y a sus obras, como grandes bibliotecarios. Incluso, algunos toman nota y luego de las sesiones, corren a las librerías o a la biblioteca en busca de estos.

Es decir, no tengo certeza de qué estarán aprendiendo o no mis niños de primero y segundo de primaria. Solo estoy convencida que están creciendo con un acercamiento y una visión sensible y amplia sobre el significado de leer. Ellos sin duda, desde ya son grandes lectores y narradores de la vida misma.

Y Colorín colorado que esta historia jamás se ha terminado…

Lo que queda por decir es todo. Tengo un archivo lleno de fotografías, frases, reflexiones de sesión por sesión. A cada grupo les digo, ‘ustedes son mis favoritos’ y sí, es verdad. Cada uno me encanta con sus propias historias, personalidades, gustos e intereses. Esto es solo una mínima parte de un proceso de un año entero. 

Ojalá pudieran venir los mismos niños a contar qué es una clase de ´biblioteca´, cómo y para qué sirve. Me encantaría que nos explicaran la urgencia del porqué abrir estos espacios en donde son ellos llevan la batuta con su voz y palabra. También podrían contarnos a ciencia cierta cómo logran intuir que una idea, una palabra, una canción o un poema, abre mundos infinitos y plurales. 

Una biblioteca con o sin paredes, es y seguirá siendo la casa de todos y para todos.