Elegir qué y cuándo leerle a un niño, siempre será una tarea difícil y controversial, sin ninguna teoría finita por delante; por fortuna.
Para empezar, es necesario saber a quiénes les leeremos o a quiénes les entregaremos el libro elegido. Como al hacer una lista de mercado, antes de cualquier encuentro, es buena idea hacerse varias preguntas… ¿Cómo será el lugar del encuentro? ¿Los participantes preferirán las imágenes, la música de las palabras o la palabra leída? ¿Por qué momento particular estarán pasando? ¿Qué tan lectores serán? ¿El día estará alegre o más bien tristón? ¿Querrán adentrarse en una historia miedosa, amorosa, misteriosa o chistosa?
Algunos se preguntarán si pienso en las edades o no. Y no, no lo hago. Los años me han enseñado que los grupos suelen ser heterogéneos por más que uno intente poner ‘reglas de juego’, y prefiero entonces llegar a todas partes con una canasta llena de libros para distintas edades. En fin, hay tantos detalles por resolver como lectores. Es por ello que, como promotores de lectura, aparte de saber leer a nuestros escuchas y a nuestro entorno, también debemos leernos a nosotros mismos. ¿Cuáles libros son los que nos apasionan? ¿Cuáles son los autores que parecen susurrarnos al oído, encantando nuestros cinco sentidos? ¿Qué y cómo queremos expresarnos al recomendar un libro u otro? ¿Preferimos la poesía, las novelas, los cuentos…? ¿Somos ortodoxos y nos gusta solo leer por leer en voz alta, o somos de esos ‘sacrílegos’ que combinamos varias expresiones? Hay tantas preguntas por contestar como libros por elegir.
Ser fieles a nosotros mismos también significa aceptar y gozar al saber que la perspectiva personal y nuestros gustos se transforman con el tiempo. Recuerdo que al iniciar mi travesía como promotora de lectura, los bebés eran mi obsesión y el resultado fue escribir una antología de tradición oral al ver que no encontraba tanto repertorio en aquel tiempo. Hoy en día, sé que mi pasión ha variado. En mis encuentros, busco a esos niños inquietos entre los 2 y 6 años. Aquellos que pasan por fuertes pataletas y apenas están aprendiendo a vivir y a convivir en grupo. Me enamoran sus juegos desparpajados, sus irreverencias y el constante atrevimiento con el que se toman la vida. Hasta sus reflexiones filosóficas, tan sabias y a la vez tan sencillas, son apasionantes. El humor y el doble sentido con el que hacen malabares, es magistral; facultades que de adultos perdemos al dejar de ser espontáneos. Ellos son como son y punto, y necesitan expresarlo de mil y un maneras: escuchando, bailando, conversando, abrazando, contando sus anécdotas personales y demás.
Con el tiempo también me he acercado más a los adolescentes, a los que desprotegemos tanto en el camino lector. Es una edad extraña en donde la voz personal se difumina entre el colectivo, los cuerpos están en transformación y las hormonas están en constante punto de ebullición. Lo fascinante es que estos jóvenes tienen las mismas necesidades de afecto y de contención que los más pequeños, a pesar de su aparente resistencia. Y, es a través de los libros y del arte, donde suelen encontrar el más fiel resguardo pues pueden ‘ser’ sin reparos. Como los más pequeños, los jóvenes buscan y necesitan ser escuchados y narrados a la misma vez.
La literatura, como el arte, nos otorga una libertad subjetiva que, a su vez, nos produce miedo. Intentamos buscar teorías u opiniones ‘de peso’ para saber qué camino tomar. Pero, cuando somos capaces de dejar bien guardada esta incómoda y rígida sensación en un cajón, estamos preparados para arriesgarnos a dejar que los libros y nuestra alma se expresen y decidan por sí, sin tantas arandelas. Autores, editoriales, promotores, expertos en literatura infantil, bibliotecas o librerías, los hay por miles, pero nosotros solo tenemos una voz y un sentir, y es esto a lo que debemos ser fieles de principio a fin.
Tuve la fortuna de crecer entre autores, ilustradores, editores y artistas. Pude ver cómo nació la promoción de lectura en Colombia y cómo fue tomando diversos caminos y estilos. En muchas ocasiones, se logró entremezclar con otras expresiones artísticas. Algunos expertos están de acuerdo con ello y otros, en definitiva, no. Las teorías varían y se transforman con el tiempo, y la diversidad de nuestro país y de nuestras expresiones y niveles de acercamiento a la escolaridad y a los libros, solo ha demostrado que no hay teoría que valga; solo las necesidades de cada población son lo relevante en cada caso. Sin embargo, la pasión de un mediador cuando llega a un grupo de lectores o a un único lector, es lo que realmente debe mantenerse intacto. Agradezco entonces que las emociones sean fieles al tiempo y no a las corrientes que se dictan; que la esencia del sentir sea imperecedera.
Deja una respuesta